“Desnudo”. Candela me pidió que la pintara. Pero con la condición de que el cuadro no saliera de mi estudio. Es un regalo para ti, me dijo. Siempre enigmática. Un rostro difícil de pintar, sobre todo la mirada de felinos ojos verdes que te traspasaban. Era una mujer que intimidaba e intrigaba. Su misteriosa belleza era difícil de definir; no dejaba a nadie indiferente. Cuando llegó a mi estudio, envuelta en un ligero vestido de flores anudado con una lazada a su cadera, me miró y me preguntó cuánto tardaría en terminar el cuadro. Le contesté que eso dependía de ella. No dijo nada y, desatándose el lazo, se quitó el vestido. Desnuda, se sentó en el diván de rayas perdiendo la mirada en sus pensamientos. Mientras la pintaba pensé en que sería casi imposible plasmar mi pasión por ella en aquel cuadro, pero sí que mostraría ese aire que la envolvía. Siempre supe que nunca sería mía. Candela no era de nadie. Pero aquella tarde, mientras la pintaba y la luz del atardecer nos envolvía en ocres, me dijo en un susurro: “No termines nunca de pintarme”.
Óleo sobre lienzo. Medidas sin marco 41 x 51.
Con marco mide 45 x 55 cm.
Periodo: 1950